Los grandes placeres siempre han sido víctimas de condenas y censuras a lo largo de la historia. El alcohol y el tabaco fueron protagonistas de prohibiciones por varias décadas e incluso aún sigue siendo tratado con mucho cuidado para evitar el contrabando. Y el café no fue la excepción, a sus inicios fue visto como una bebida que podía causar adicción.
El café comenzó a expandirse desde el Medio Oriente durante el siglo XV, cuando llegó a La Meca en el año 1.511, los imanes se alertaron al ver que podía causar alteraciones en los sentidos y prohibieron su consumo. Lo mismo ocurrió en El Cairo, donde incluso hicieron estudios que aseguraban que tomar café atentaba contra las enseñanzas del Corán, que prohíbe todo tipo de vicios. Sin embargo, al ver que los más grandes intelectuales de la época tomaban café de forma habitual, la medida se tornó impopular y tuvo que ser derogada.
En Turquía pasó lo mismo, el sultán de Murad IV lo prohibió bajo pena de muerte para los reincidentes durante el año 1.623, lo más irónico es que el café turco ahora es tan famoso que es patrimonio inmaterial de la humanidad.
Cuando el café llegó a Europa a inicios del siglo XVI, la iglesia católica se opuso a su consumo, el Papa de la época condenó y prohibió que se comercializara, medida que duró poco tiempo, pues sería el mismo Papa que al probar una taza de café le dio su bendición.
Ya en el siglo XVIII, el Rey Gustavo III de Suecia, temía que el café tuviera efectos adversos que atentaran contra la salud pública, y prohibió su consumo e incluso llegó a experimentar con presos obligándolos a tomar 3 tazas de café al día, creyendo que pronto morirán envenenados, pero murieron por otras causas muchísimos años después.
Hoy, en pleno siglo XXI el café es tan popular que mundialmente su consumo sólo es superado por el agua, es una bebida que aún con tantas prohibiciones y mitos, llegó para quedarse.